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[Atributos basilicales: Crucero y nave]

Una basílica no presenta una forma arquitectónica singular ni tampoco espacios litúrgicos distintos a los de cualquier otro templo. Su particular talante se evidencia sin embargo en una serie de signos como son las doce piedras consagradas incrustadas en los doce pilares principales que son incensadas cada año en el aniversario de consagración y que a veces señaladas con candeleros o lámparas que marcan su lugar.

Además, los privilegios ligados a la dignidad de basílica incluyen el derecho a utilizar tanto la umbela como el tintinábulo. La umbela, también llamada conopeo o umbráculo, es una especie de paraguas normalmente en rojo y amarillo –colores imperiales heredados del Senado Romano- que permanece semiabierto esperando al Pontífice y sólo se abre para recibirlo. El tintinábulo (del latín tintinnabulum, campanilla) es una especie de campanario portátil que tuvo un origen procesional, pues era accionado periodicamente como reclamo acústico. Ambas insignias se suelen situar en el altar mayor de una basílica o en sus cercanías como símbolo de la dignidad papal y son portadas conjuntamente en procesión a la cabeza del clero en actos oficiales. Aunque existe constancia de su empleo desde el s. XIV y su uso fue normalizado en épocas posteriores, los decretos de 1968 y 1989 no los mencionan, por lo que se siguen usando aunque no existan litúrgicamente.

El sentido simbólico-místico de la umbela y del tintinábulo es claro: proteger a los fieles de las inclemencias espirituales y llamar a la escucha de la palabra. Junto a estas insignias físicas se encuentran otras de tipo heráldico pues todas las basílicas, por su peculiar relación con la Cátedra de Roma y con el Sumo Pontífice, tienen la concesión de poseer su propio escudo y de exhibir las insignias pontificias. Así, el emblema basilical está timbrado con las llaves de San Pedro entrecruzadas y la umbela, que en algunas ocasiones ha sido sustituida por la tiara papal.